Al terminar
me he llevado las manos a la boca:
sangre.
La melodía
ha sido la culata de un revólver
que me ha
reventado los dientes.
Estoy
escupiendo besos muertos
como flores
que un marido abandonado se ha olvidado de regar.
Tengo el
alma en los huesos
y no te
imaginas la cantidad de calles que son perros en esta ciudad.
Me
encantaría estrangularte
en cada
semáforo donde nos dimos un beso.
Semáforos en
rojo que nos aconsejaban que parásemos de utilizar la lengua,
que nos
advertían que siempre llega el trabalenguas
y tú no
estabas preparado para quererme sin equivocarte de sílaba.
Al final un
autobús
rojo también
nos arrolló
con un presente de indicativo de primera
persona del plural impronunciable.
Lanzo por el
balcón papeles con tu nombre escrito;
los niños
los cogen y se los leen a sus madres
en voz alta,
ellas rompen
los folios
y les
castigan sin postre por decir palabrotas.
Crié un
cuervo y me hizo cosquillas.
Crié una
mariposa
y me empujó
a las vías batiendo sus alas
-no te fíes
ni de la tinta de un boli recién comprado-
por suerte
el último tren ya había pasado,
perderlo me
salvó la vida.
Ahora soy
más de aviones
y de
compartir coche
y de
caminar: le he perdido el miedo a todas tus piedras.
Cada vez que
pienso en ti
mi cabeza se
convierte en vertedero.
Este poema
apesta.
3 comentarios:
Alguna vez nos sentimos así y entonces todo el mundo se nos viene encima.
Un abrazo.
De semáforos y viajes están llenas las calles de nuestras vidas. No importa saltárselos si evitar el choque está garantizado.
Este poema apesta, sí, pero a brillantez.
Un saludo!
no apesta.
es brutal. brutalidad perfecta.
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