Vuelvo a casa caminando de puntillas, no vaya a ser que se despierten los poetas.

27 feb 2013

Qué desastre la ropa en tu cuerpo

Llueve.

Hay una camisa que no quiere existir
sobre tus hombros.
Que quiere ser en el suelo
de tu habitación,
de nuestra habitación,
o en el de la cocina.

La humedad de la lluvia tiene
mucho que envidiar a la frescura
de tu saliva inundando mi cuello
y mis uñas pintadas.

Es el penúltimo día de febrero
y no te estoy besando, qué raro.

Me conformo con versarte,
con traerte esta noche desde lo más profundo
de la oscuridad de mis letras.
Voy a traerte a un colchón que se muere
por vernos en horizontal.

Qué desastre la ropa en tu cuerpo,
qué poesía tu desnudez.

21 feb 2013

Lluvia de presentes

No se nos escapará la vida,
porque las cuerdas de tu guitarra
la retienen sobre el armario.

No se nos acabará la poesía,
porque las cervezas en la nevera
tienen tribuna preferente
y palco VIP.
Igual que yo en el hueco
de tu barba.

No se nos extinguirá el deseo,
porque nuestra cama nos
seguirá recordando que lo que a ella le gusta
son los orgasmos a gritos: como la poesía.

No perderemos los trenes,
porque les daremos forma de
calendario con días anochecidos
y besados.
Porque les daremos forma de
frase sin despedida escrita en la
suela de nuestras zapatillas.

Te diré algo, bonito:
tú y yo nos vamos a empapar
en esta lluvia de presentes.

9 feb 2013

Trastocar el menú de mi desayuno

Despierta en mí un instinto devorador
que poco tiene que ver con la calma
a la que estoy acostumbrada cada mañana.

Hoy estás aquí para trastocar el menú
de mi desayuno,
para cambiarme el cacao en polvo por tus rizos.

Me gustas recién amanecido,
tan fugaz,
besable
y desnudo.

No puedo planear cómo voy a erizarte la piel
porque el atractivo de la improvisación
es lo que me mantiene con vida.

Pregúntale a mi espalda lo bonita que se siente
cuando tu melena le hace cosquillas.
Pregúntale a mi lengua si quiere recitarle poemas a otro
y te dirá que no.

5 feb 2013

Las montañas nos devolvían el eco de las guitarras

Yo tendía la ropa.
Él pintaba rugidos
en el aire puro
-como la tierra que
pisábamos-.

Al sol se me secaban
los pantalones y el frío.
A la sombra nos comíamos
las manzanas y nos guiñábamos
los ojos con los labios
mordidos.

No importaba el día
de la semana que fuera,
siempre daba gusto llenar
las botellas del agua fría que
corría sin timidez por la pequeña fuente.

La música también formaba
parte del paisaje, igual que su
barba y su melena.
Las montañas nos devolvían
el eco de las guitarras y de
las carcajadas.

Los besos nunca nos desgastaban
la tarde.
Y las noches jamás
morían
sin orgasmos bajo oscuridad volátil.

3 feb 2013

La salvaje puntualidad de su saliva

La luz le da en los ojos,
es como si el sol quisiera señalar
el punto exacto en el que nace
la belleza inagotable del mundo.

Sus pestañas bailan.
Danzan dando tumbos sobre
el borde acantilado de sus párpados.

El tiempo se retuerce con sutileza
sobre sus noches destructoras.
La destrucción es un poema con
rima asonante mal elaborado.

He visto anocheceres preciosos.
Puestas de sol que dejarían impasible
a cualquiera.
He visto llegar a la noche con los
puños cerrados escondiendo estrellas
y melodías a partes iguales.

Pero hay algo que se les escapaba
siempre a esos atardeceres:
no tenían el color que tienen sus latidos,
ni el claro de su pestañeo,
ni la salvaje puntualidad de su saliva.

Tanteando en el hueco de sus dedos
se puede descubrir la frescura
del monte bañado en rocío.

Beber del agua de sus caricias
sacia cualquier sed
y cualquier impulso carnívoro.